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¿Leo porque me toca o leo porque quiero?

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Artículo escrito por Raquel C Cuperman. Mayo 12/2018

La pregunta es difícil de responder. A veces leemos textos que necesitamos para el día a día: manuales técnicos para aprender a usar alguna máquina, herramienta o programa; informes de trabajo que debemos revisar y con los cuales debemos estar al día, documentos que necesitamos conocer, recetas y otras instrucciones para elaborar la cena o un platillo especial, el periódico para estar enterados de lo que sucede en el mundo, un libro para completar una tarea y responder un cuestionario ¿Es posible pensar que alguna de estas opciones son lecturas que se gozan y disfrutan como si fueran la novela más apasionante o el texto más fascinante? Puede suceder. Si, puede pasar que para algunos lectores, el Manual del Código de Comercio sea el texto más emocionante de todos y que para una población específica, leer una sentencia jurídica sea una lectura de placer.

Por otro lado, hay casos en los cuales otros textos que elegimos por gusto o porque alguien lo recomendó con ahínco (novelas, cuentos, poemas, novelas gráficas y hasta el texto informativo) caen tan pesados y aburridos que no entendemos qué es lo que vimos al comienzo en él o lo que otros comentan con tanta emoción.

También sucede que eso que debemos leer, por distintas obligaciones, lo terminemos “porque toca”, conscientes que no habrá en ese texto algo que podamos recordar luego de cerrarlo, porque no nos dice nada. Porque algunos textos no nos movilizan ni nos gustan pero tenemos que llegar hasta el punto final.

¿Qué es lo que sucede?

En realidad tendríamos que hablar de posturas lectoras más que de libros. Porque el mismo texto puede desvelar a uno y servir de almohada a otro. Todo depende de la manera en la cual nos vinculamos o conectamos con el libro.

Hay lectores de todo tipo: aquellos que solo disfrutan de la novela romántica y otros que quisieran leer únicamente sobre historia. Ninguno de ellos es más o mejor lector que el otro, son simplemente estilos y gustos lectores diferentes. Lo complejo es que la sociedad nos ha enseñado que TODOS debemos amar las novelas, especialmente las de  literatura clásica y ganadoras de premios y que aquellos que leen “eso” son los que merecen los reconocimientos de buenos lectores. Y resulta que eso no es cierto. Así como algunos prefieren el helado de pistacho por encima del de chocolate, hay lectores de texto informativo y otros de narrativo. Hay lectores que solo quieren leer ensayos de economía y filosofía y que ven en la narrativa algo banal y sin sentido. Y hay lectores que solo quieren involucrarse con historias que suceden en la fantasía, utopías de ciencia ficción que necesitan de otros mundos y valores para ser.

Lo complicado  del asunto es que la sociedad juzga y prioriza las posturas lectoras. Algunos padres creen que no pueden ser modelos lectores para sus hijos porque solo leen revistas y periódico. Algunos maestros dictaminan qué deben leer sus alumnos porque  consideran que solo esos libros son literatura real, digna de ser leída. En conclusión, muchos jóvenes no leen o bien porque no encuentran los temas que los apasionan o porque sienten pena de mostrar su verdadera fascinación por textos muy alejados de lo que los adultos que los rodean consideran que deberían leer.

Deberíamos volver  a la esencia de las cosas, al principio,  al proceso de leer. El químico inglés William Nicholson dijo que leemos para saber que no estamos solos. Cuando leemos, independiente del tipo de texto, nos encontramos y reconocemos. Leemos y sentimos que estamos  plasmados en esas páginas, que el libro nos habla, que en esas letras está lo que nos conmueve y emociona. Cuando leemos lo que nos gusta, nos cuesta trabajo suspender la lectura y queremos compartir con otros aquello que tanto nos ha maravillado. Cuando leemos por placer, recortamos frases que integramos como parte de nosotros y nos conmovemos con la risa, el llanto, la emoción y el asombro. En otros momentos el libro y las palabras e imágenes allí impresas, ni nos tocan; quizás aportan uno que otro dato interesante o nuevo, pero no precisamente aquello que citaremos en el futuro o que formara parte de los conocimientos que agregaremos a nuestro equipaje de la vida. A veces, de esos libros ni siquiera recordamos el título, su autor o ilustrador. (¡Extrañamente, de aquellos que nos marcaron, no solo recordamos esa información básica del libro sino también el momento y la forma como lo leímos!) Lo más curioso de todo es que el mismo libro puede producir cualquiera de estos dos efectos en un lector, dependiendo del momento, del contexto y del tiempo.

La elección de un libro debería ser siempre un criterio personal, porque somos seres distintos con intereses diferentes. Si queremos formar lectores autónomos, debemos permitirles elegir sus propias lecturas y rutas de literatura, especialmente en las etapas de formación académica. Pienso que si motivamos a los niños a seleccionar sus propios libros, tendríamos más lectores verdaderos, aquellos que terminan el libro con pasión y van a buscar otro por razones sinceras e íntimas. Para eso, tenemos que mostrar le a los niños y jóvenes que todas las lecturas son igualmente válidas y que lo importante es el análisis crítico, subjetivo y personal que hacemos después de cada lectura para saber con certeza si queremos que ese libro nos acompañe en nuestro camino por la vida.


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